Al quedar viuda Leonarda, todos los ojos se fijan en ella para encontrarle un marido. Multitud de pretendientes se acercan hasta su puerta, dando lugar a las situaciones más variopintas; pero ella no quiere volver a ser la mujer de, ni la señora de, sino que prefiere ser dueña de su voluntad y, sobre todo, de su deseo.
Pronto conoce a Camilo, un joven al que conduce a ciegas (con los ojos vendados) hasta su casa. Allí se aman si verse, a oscuras y con los ojos tapados. Las sesiones se repiten y la pasión crece como la cresta de un incendio, y el destino hace que los dos amantes se conozcan en público, sin saber Camilo que Leonarda es la dama que lo rapta por las noches.
¿Dejar entrar la luz y destapar la verdad o seguir jugando al juego de sombras? ¿Ceder a la convención social y aceptar de nuevo el matrimonio? ¿Callar todas las demás voces o seguir haciendo oídos sordos? ¿Atender a la pasión o cruzar la puerta hacia una nueva vida en común?
Todas estas preguntas saltan sobre el papel a primera lectura de la obra de Lope, y su puesta en escena verterá otras tantas que la hacen muy atractiva, pues nos habla del poder de decisión de la mujer sobre sí misma y sobre su voluntad, por encima de lo aprendido y lo impuesto.
En La Viuda Valenciana, Lope nos habla de la decisión de la mujer sobre su propia vida y, en concreto, sobre su propio deseo.
Leonarda se expresa de manera contundente y con una viveza como lo harían algunas mujeres de nuestro tiempo, y aunque al principio ha de velar sus decisiones, la pieza le otorga la posibilidad de ser clara y directa: en este momento no quiere estar en posesión de nadie, sino vivir el tiempo que considere dedicada a su voluntad y a la toma de sus propias decisiones.