Esperanza Pedreño es todas la mujeres y ella misma en Coneja, una historia de humor dramático desde un lugar en el que habitó el amor.
Es humor sin demagogia, porque no sabe hacerlo de otra forma. No hay oportunismo en Coneja porque es el relato de la vida misma, contado como sólo ella, Pedreño, sabe hacerlo, agarrada a una varita mágica en la que el surrealismo es la viva expresión de la realidad. Es decir, no hace nada por nada, y el artificio está al servicio de lo que cuenta.
Consigue, como hizo en sus anteriores trabajos, ir colocando el espejo narrativo sin que te des cuenta. Hasta que descubres que lo que está contando ese personaje se va acercando al espectador hasta que se ve uno mismo. A partir de ahí, el juego está servido: la historia de una mujer, madre, mujer de un marido que ya no está, mujer en presente, mujer con todas las mochilas de la vida con las que tiene que cargar una mujer para que la balanza siempre esté descompensada en contra de ellas.
La carga de profundidad adquiere aquí una virtud que la actualiza cuando junto al humor que hace pensar, también es un ejercicio cómico para reírse de la vida. Haga lo que haga, siempre es Esperanza Pedreño en estado puro. Como le gusta complicarse la vida de artista, he aquí Coneja, una historia de humor sobre la mujer que no se queda solo en eso sino en reivindicar su propia existencia.