¿Y si pudiera ser políticamente incorrecto, decir lo que piensa de su pareja, de su hijo, de sus suegros, de la sociedad que le rodea? ¿Decir a voces cualquier opinión, por muy irreverente o abyecta que fuera?
Hace 70 años se estrenó en Francia de La Sumisión, una de las grandes comedias del absurdo, prácticamente inédita en España. Obra polémica, como era habitual en la trayectoria del autor, por su detracción rabiosa del conservadurismo, del sometimiento del individuo, del abuso de poder, del desastre ético que nos gobierna.
En esta disparatada farsa, Ionesco narra la historia de un joven llamado Jacobo, que desencantado del mundo que le rodea languidece tirado en un sofá, negándose a formar una familia; sus padres intentarán dominar la desobediencia del joven instándole a casarse y tener muchos hijos. En un afán de rebeldía, Jacobo se niega a hacerlo a no ser que sea con la mujer más fea del mundo, pero los padres contraatacan presentándole a Roberta, una chica con tres narices, que termina seduciéndole.
Ionesco nos pone a prueba con esta comedia. A prueba de escuchar a sus personajes, eco de nosotros mismos, para que, bajo el pretexto del absurdo de la existencia, presentarnos la sociedad que hemos construido y padecemos. Una sociedad que fomenta el egoísmo y la incomunicación. Consumista hasta el delito de acabar con los recursos aún a costa de poner en riesgo el futuro de la humanidad. Una sociedad en la que importa, no tanto la felicidad que podrás conseguir, como el encaje en un sistema neoliberal en el que serás medido por tu productividad.
Ionesco es a veces insoportable de escuchar, sin duda difícil de agradar al gran público, pero nunca de entender, sus metáforas son nítidas y valientes, no se muerde la lengua. Nos propone ser insumisos, rebelarnos, para no renunciar a nuestros principios, para no caer en la sumisión.
«El humor hace que nos demos cuenta con lucidez de la condición trágica o irrisoria de la humanidad, del absurdo de su existencia.»